La ermita de Santiago de Lókiz fue levantada para rememorar la milagrosa intervención del santo en una victoriosa batalla local contra los moros, en lugar indeterminado. Así lo afirma la tradición oral.
En realidad, el primer patrón de la ermita fue san Cucufate, el cual comparte día de celebración con Santiago, el 25 de Julio. Este día era la fecha principal utilizada por la Junta de la Sierra para sus reuniones periódicas y Santiago se fue imponiendo al pobre Cucufate, ya que el estamento eclesiástico ha oscilado al aire de las modas generales. Con el tiempo, el apóstol fue adquiriendo una fama muy superior a la del mártir norteafricano, terminando este hagiónimo pegado al nombre de Lokiz, aunque hubiera otras ermitas diseminadas por el monte. El topónimo Sierra de Santiago de Lokiz, estuvo a punto de hacerse oficial y con buen criterio, la toponimia normativizada de Navarra optó por el nombre original, prescindiendo del añadido. En este sentido, se echa de menos en el conjunto constructivo de Santiago, la presencia de un cartel que señalice también la Casa de Juntas. Así debiera ser, ya que Santiago, el edificio, la sierra de Lókiz, el 25 de junio y las reuniones para regular las mugas y ordenanzas de los diferentes aprovechamientos van de la mano. Es bueno que el visitante curioso lo sepa, ya que hoy solo quedan claramente diferenciados el refugio y la ermita
En este aspecto, recientemente se pusieron unas potentes mugas de hormigón que delimitan la sierra y en ellas se pegaron unas chapas de acero, de dudoso gusto, en las que aparecía la silueta de Santiago Matamoros, montado a caballo y portando un pendón. Pues bien, la afluencia masiva de visitantes ha hecho que hoy tan solo se libre de ser vandalizada alguna chapa en ciertos mojones de los parajes menos transitados. El resto han sido robadas.
Volviendo con Santiago, es en época barroca y como imitación popular de los floridos sermones de los predicadores contratados para solemnizar el día del santo, cuando se forman las leyendas que hacen alusión al apóstol y a las batallas contra los moros.
En Ganuza tenemos la Peña Partida, que fue cortada de un tajo por la espada del santo para alcanzar la parte inferior de la roca y así poder matar a los sarracenos que se habían hecho fuertes al abrigo de la peña. En otro paraje de Lókiz orientado a Ameskoa se repite la misma leyenda.
La relación de los moros con ricos tesoros es recurrente y parece que se nutre de alguna otra creencia, actualmente desarticulada, relacionada con la Madre Tierra como poseedora de tesoros. En Galdeano contaban que, previamente a la llegada de los moros, se hizo acopio de todo el oro del valle y se escondió convenientemente; como quien gestionó el asunto murió en la batalla, el oro sigue escondido esperando ser descubierto en cualquier momento. En Muneta dicen que hay un pellejo de buey repleto de oro, enterrado por los moros y fácil de encontrar: dará con el tesoro quién al atardecer tire una piedra desde la línea de sombra que marcan las peñas, en hora, lugar y momento indeterminados.
A los moros se les atribuyen numerosas construcciones de carácter antiguo y sin explicación. En este aspecto, considero que la vieja creencia que interpreta como moros a los enterrados en sepulturas antiguas y enigmáticas, es origen de la derivación popular que les dio un carácter constructor. Los moros aparecen asociados en el norte peninsular a la construcción de diferentes dólmenes que no resultan ser otra cosa que tumbas colectivas o tumbas de moros. Esa supuesta capacidad constructiva de sepulturas los catapultó para que les fueran adjudicadas otra serie de construcciones antiguas o misteriosas. Así pues, de forma crédula les llegaron a adjudicar la construcción del Puerto Nuevo de Ganuza, el Castillo de los Moros de Galdeano, el Calvario de Aramendía o las calzadas empedradas que cruzaban Urbasa y Andía. Recientemente y con los nuevos conocimientos, la autoría de estos dos últimos caminos (de época moderna) viene siendo suplantada por los romanos, aplicando el mismo criterio acientífico de traslación de habilidades que utilizó el imaginario popular. La historia se repite y las personas más aún, independientemente de su formación.
Como vemos, del moro inhumado en sepultura misteriosa (dolmen, tumba antropomorfa o de lajas) se pasó al moro constructor. En cualquier caso, es probable que la voz moro derive, por atracción fonética, de otro númen anterior ya que su razón de ser fue esencialmente mítica y no histórica. Sin esa vieja raigambre anclada en el imaginario popular, los legendarios moros de Allín no hubieran llegado hasta nosotros.